martes, 6 de diciembre de 2011

Cuentos que forman parte de nuestro Folklore


El Conuco del Tío Conejo.
    En los pueblos, en los caseríos, en los solitarios ranchos que hilan su humo azul en la tarde de los cerros, a todo lo ancho de la tierra venezolana, a la hora en que la vida se aquieta, empiezan a andar en las imaginaciones Tío conejo, Tío tigre, y otros animales parecidos a los hombres.

Lo cuentan los peones que regresan de la tarea, lo cuentan las mujeres campesinas, y lo oyen los niños, descalzos, prietos, anhelantes.

Todo es sorprendentemente maravilloso y todo se parece a una esperanza. Y pueden repetirlo mil veces, mil tardes, hasta que el cielo se llena de estrellas, sin que les parezca que ya lo saben, que han llegado a saber enteramente todo lo que allí se encierra. Porque lo que allí se encierra se parece a algo que les pertenece tanto como sus vidas.

Tío conejo es pequeño, es temeroso, siempre está como agitado de angustia, con el hocico y el bigote trémulos, pero con los grandes ojos avizores llenos de maliciosa inteligencia.
Y, naturalmente Tío conejo tiene un conuco. Un conuco no muy bueno. Como cualquier otro. Un pañito de tierra que le han asignado en una ladera de la hacienda. Unas cuantas matas de plátano, un poco de maíz y yuca y un copudo y hondo cotoperiz debajo del cual se amparaba el ranchito.

Y una mañana, cuando el sol empezaba a calentar, Tío conejo en lugar de limpiar la siembra y aporcar las matas, en vez de ir a coger una tarea en la hacienda, en vez de irse a la pulpería del pie del monte a jugar bolas y tomar su trago de aguardiente con amargo, se encaminó hacia el pueblo.

Algo tramaba, que se le veía en el inquieto brillo de los ojos.

Llegó a la puerta de la casa de Tío loro., Desde el zaguán oyó las grandes voces con que dictaba la clase a sus discípulos.

-Un real…, un real… Real con erre… con erre…
Tío loro era maestro de escuela y poeta.
Al oír el llamado de Tío conejo, salió balanceándose sobre sus cortas patas. La alborotada melena verde le cubría los ojos.

-Caro amigo… Caro amigo… -digo aleteando con entusiasmo.
Tío conejo, con maneras muy taimadas y aparentando que no mentía, le dijo:
-Porque aquí vengo, Tío loro, con una gran necesidad. Mi hermano que vive en el pueblo de Masallá, me ha mandado un recado de que está muy enfermo y me necesita. Y tengo que irme Tío loro y dejar todo. Tengo que dejar mi conuquito. ¡Y tan bueno que está! Tío loro lo miraba con asombro y compasión:

-Pero esta mañana me dije: si tengo que irme le dejaré mi conuco a quién lo pueda apreciar. Mi conuco vale como treinta pesos. Y yo se Tío loro que usted ha compuesto unos versos muy bonitos en que dice: Mi felicidad: para el campo, y no para la ciudad. ¿No esa así? Ya ve que me acuerdo de lo bueno.

Tío loro movió airosamente su melena con orgullo, mientras oía: -Y yo le dije, nada, mi conuco es para Tío Loro. Para él nada más y no por treinta, ni por treinta, ni por veinte, sino por quince pesos. ¿Qué le parece? El poeta no disimulaba el codicioso interés que se le iba a despertando:
-Quién sabe. Quién sabe. No estaría mal. Por ayudar al bueno de Tío conejo. Para que pueda ir a cuidar a su hermano. Quién sabe.

-Nada de quién sabe, Tío loro. Hay muchos que quieren comprarlo y si no les digo que ya se lo vendía a usted tendré que vendérselo a ellos. Eso sí, yo pondo una condición; me da el dinero por adelantado ahora mismo, y usted no irá a recibir el conuco sino dentro de tres días que es cuando me voy y estará lista la cosecha.

Tío loro accedió a todo. Sacó sus quince pesos relucientes y los fue poniendo uno a uno en las peludas manos de Tío conejo.

Y mientras regresaba a su clase frotándose las verdes plumas, dijo: -Dentro de tres días estoy allá, Tío conejo. Dentro de tres días.

Tío conejo salió a la calle, metió el dinero en el fondo de un zurró y en lugar de ir a hacer comprar o de regresarse, se dirigió a la casa de Tía gallina.

Era la posada del pueblo. Viajantes y arrieros entraban y salían por la ancha puerta. Siempre había una mula atada al poste y un arreo de burros cabizbajos. Y Tía gallina, acompañada de sus numerosos hijos, con muchas voces y aspavientos, atendía a todos. 

Siempre estaba caminando, hablando y riendo. En cuanto vio a Tío conejo se le abalanzó aturdiéndolo a saludos y preguntas.

-¿Qué buen viento lo trae, Tío conejo? Cuánto gusto. ¿Se queda a almorzar? ¿Va a pasar el día? ¿Quiere un cuarto? ¿Trajo bestia?

Cuando pudo Tío conejo le dijo:
-Vengo a tratarle de un negocito., De los que a usted le gustan. Tengo que vender mi conuco. Quiero que usted me lo compre. Y bien barato. El comprador que tengo no me conviene. Me ofrece veinticinco pesos. Pero es Tío zorro.

Tía gallina salió de la impresión.
-¿Para qué quiere ese bicho, Dios me ampare, comprar un conuco? Para algo malo. Tío conejo, no se lo venda por vida suya. No podríamos vivir seguros.
Tío conejo asentía con la cabeza.

-Eso es lo mismo que yo digo. Tío zorro en mi conuco es un peligro.
-Un grandísimo peligro –dijo la gallina sacudiéndose.
-Por eso yo dije esta mañana: mi conuco es para Tía gallina, si señor. Ella lo necesita para su negocio. Buenas, yucas, buenos plátanos, buen maíz. Y para que Tío zorro no lo tenga se lo venderé a ella por quince pesos, si señor.

- ¿Quince pesos Tío conejo?
-Quince pesos. Pero eso sí, con la condición de que me pague ahora y no vaya a recibir el conuco sino dentro de tres días, que es cuando estará la cosecha.

La gallina pagó, esponjada de contento, y seguida de sus hijos dando voces se alejó por el patio anunciando a todos:

-Compré un conuco. Compré un conuco.

Pero Tío conejo una vez recibido el dinero, tampoco regresó. En sus ojos se había hecho más vico el brillo de la malicia. Con paso resuelto se llegó a la casa del Tío zorro. Lo encontró en su mesa de trabajo, con los anteojos puestos, escribiendo entre muchos libros. Tío zorro era el picapleitos. Todo lo enredaba. De todo sacaba una tajada. Siempre tenía la lengua descolgada asomada por entre sus colmillos largos.

Tío conejo asumió un aire compungido de aflicción.
-Ay Tío zorro, en qué embrollo tan grande estoy metido. ¡San Benito, ampárame! Ay, Tío zorro, si usted no mete su mano estoy perdido.
-Cálmate, Tío conejo, y dime lo que te pasa.
-Ay Tío zorro. Imagínese. Yo tengo unas deuditas viejas con Tía gallina.
-¿Con Tía gallina¡ ¡Ujú! –dijo con una expresión feroz de odio.
-Yo le debo unos centavos. Pero usted sabe cómo vivimos los pobres. Que si voy a pagar este mes, y no puedo. Que si voy a pagar el otro, y tampoco pue4do. Y con los intereses y todas esas vagabunderías, los centavitos se me han vuelto treinta pesos. ¡Treinta pesos! Y ahora Tía gallina quiere quitarme mi conuco por treinta pesos. Yo prefiero morirme antes que dárselo, Tío zorro.

Tío zorro se pasaba la mano por el agudo hocico, perplejo.
-Es complicado el caso. Muy complicado.
Tío conejo observaba sus reacciones con disimulo.
-Ay Tío zorro, yo no sé nada de esto, pero lo único que se me ha ocurrido, aunque no seas sino para darme el gusto de hacerle el daño a Tía gallina, es vender el conuco a usted. Tío zorro. Le ponemos al papel una fecha anterior y por darme el gusto se lo vendo a usted hasta por quince pesos.

-No estaría mal. ¿Quince pesos? ¡Ujú!
-Eso sí. Como yo quiero irme para no verme mezclado en ese embrollo, usted me va a pagar ahora mismo. Y vaya a recibir dentro de tres días. Cuando Tía gallina se presente y l o vea no le quedarán ni ganas de volver.

Tío zorro le entregó el dinero, después de hacerle firmar la escritura de venta y volvió a enfrascarse en aquellos papeles que estaba escribiendo.
Tío conejo salió. Ya el zurrón cargado de plata empezaba a pesar. Pero todavía Tío conejo, tan menudito, tan rápido, no parecía dispuesto a regresar.

En la puerta de la comisarìa estaba Tio Perro el Comisario.
-Ya te veo de donde vienes -le dijo a guisa de saludo-. ¿Qué estabas haciendo en casa de ese pícaro y tramposo de Tio Zorro? Anda derecho, Tio Conejo, porque te va a caer la autoridad de filo.

 Tio Conejo pareciò asustado.
-Ay señor. Qué voy a estar haciendo. Si el pobre no tiene sino los ojos para llorar. Imagìnese, Tio Pero, que Tio Zorro valièndose de todos sus marranuncias y vivezas, me quiere obligar a que le venda mi conuco por quince pesos. Un conuco tan bueno que vale màs del doble. Y me dice que si no se lo vendo me va a demandar y me va a hacer meter en la càrcel. 

-¡Qué vagabundo! -gruñó Tio Perro con encono-. Algún día le voy a poner la mano a ese rabo fino y no se le va a olvidar.

-Yo no sé qué hacer, Tio Perro. Yo estoy asustado. Usted ni se imagina de lo que es capaz, Tio Zorro. Ay, por tener mi tranquilidad yo soy capaz de dejarle mi conuco por los quince pesos.

-¿A ese vagabundo? ¡Eso No!
Tío Conejo alzò los ojos mansos:

-Si es verdad, Tìo Perro. ?Pero a quièn más? ¿Quién se atrevería a compràrmelo ni por quince pesos sabiendo que va a tener a Tío Zorro encima?

Tío Perro conocía el conuco. Sabía que valía más.
-Quien sabe. Yo mismo te lo podría comprar. ¿No ves?
Tío conejo se mostrò agradecido y asombrado. Expuso tímidamente la misma condición que había exigido en las anteriores ocasiones y recibiò el pago anticipado.

Ya había vendido cuatro veces el conuco. Ya el peso del zurrón le molestaba en el hombro. Pero Tìo Conejo no parecía dispuesto a huir con el producto de sus engaños, sino que con pasmosa seguridad se encaminò hacia la casa màs grande del pueblo. Gran portòn, anchas ventanas. Muchas personas mal encaradas y de aspecto agresivo parecìan montar guardia en la puerta. Un olor selvático flotaba a su alrededor.

En la casa del Tío Tigre. Todos le temían. Poseía grandes tierras, grandes bosques. Todo el que tenía un negocio venìa a brindarle parte. La autoridad le temía y no se atrevía a enfrentársele.

-Vengo a saludar al jefe -dijo Tìo Conejo a los que estaban en la puerta.
-Espérese -le contestaron secamente.
Largo rato estuvo agurdando mientras entraban y salían visitantes. Por último lo mandaron pasar.

Tío Tigre estaba en el corredor de la casa, sentado en un sillón, rodeado de amigos y servidores. Las manchas negras se movían sobre su lustrosa piel amarilla.
Miró de lado al recién llegado:

-Pájaro de mar por tierra. Se vende caro el amigo Tio Conejo. Nunca lo vemos por esta casa.
Tío Conejo con mucha humildad y zalamería respondió:

-No vengo mucho, jefe, por no molestarlo. Siempre digo: mi jefe es un hombre muy ocupado y un zoquete como yo no va sino a estorbarle. Viniendo vi los campos. Están muy bonitos. Qué cosechòn va a coger este año, Tío Tigre.

- Si señor -gruñó Tío Tigre paseando su fría mirada por todos los presentes-. El que trabaja recoge. Yo soy un hombre de trabajo, Tío Conejo, y eso es lo que me gusta. Contra mi gusto me he tenido que meter en guerras y en poner orden por culpa de los vagabundos.

Estiró las poderosas zarpas y aullò con satisfacción.

-¿Y que lo trae hoy, mi amigo?

-Pues pedirle un favor, Tío Tigre. Los pobres nunca traemos nada, sino molestias y peticiones. Mi hermano, usted lo conoce, el que vive en el pueblo de Masallá, le ha nacido un muchacho, y me mandò a decir: Hermano, como yo sé que usted quiere tanto como yo a nuestro jefe y no ha tenido hijo que darle, dígale que yo quiero que me apadrine el tripón. Yo quiero ser su compadre y tener su protección. Y yo le dije: ya me voy para casa de Tío Tigre, porque si yo no he tenido hijos para poder ser su compadre, que lo sea por lo menos de mi hermano, y me vine para acá corriendo a decìrselo.

Tío Tigre parécía complacido:
-Cómo no dile a tu hermanito que yo seré el padrino. Y que me salude a su comadre. Y que me avise el dìa.

Tío Conejo parecìa a punto de llorar de la emociòn:
Qué alegría tan grande va a ser ésta para toda la familia. Mi hermanito va a ser compadre de Tío Tigre. Mi sobrionito ahijado de Tío Tigre. Ay, Tío Tigre, qué bueno es usted. Por algo es el jefe. yo nunca me he equivocado con usted. Y ahora viene la segunda parte. Mi hermano y yo y toda la familia somos muy podres. 

No tenemos para un bautizo tan rumboso como tiene que ser ése. Yo le dije a mi hermano que no se afligiera que yo lo iba a yudar. Y esta mañana me vine para el pueblo a ver si podìa vender mi conuco. Usted lo conoce, Tío Tigre. El que queda en la vertiente de su hacienda grande. Yo lo que necesitaba eran quince pesos, y el conuco vale como treinta. Y empezaron a salirme compradores. Que si Tío Loro, que si Tío Perro.

-¿Tío perro? -gruñó Tío Tigre.
-Si señor. Pero yo me puse a pensar. Ese conuco linda con las tierras de mi jefe.
-Es verdad.
-Y allí no debe estar sino un amigo suyo, que se preocupe por él y lo cuide como yo. Un vagabundo metido allí puede echarle muchas bromas.
Tío Tigre arrugaba el gesto.
-Eso es verdad, Tío Conejo.

El otro proseguía:
- Y entonces pensé: lo mejor es que yo no venda ese conuco. Por quince pesos yo no puedo echarle esa broma a mi jefe y amigo Tío Tigre. Tampoco le puedo ir a vender esa insignificancia a él que tiene tantas y tan buenas tirras. Y me dije: lo mejor es que yo vaya a casa de Tío Tigre. Le diga la comisión de mi hermano. Le regale mi conuco, para que no vaya a caer en manos de ningún vagabundo, y le pida que me dé una ayudita para el bautizo de su ahijado. Eso es lo mejor. Y aquí vine a decírselo.

Tío Tigre sonreía, los filudos colmillos relampagueaban.
- Muy bueno, Tio Conejo. Es son los amigos. Asi me gusta. ¿Còmo no voy a ayudar? Ahora mismo que le entreguen los quince pesos.

El mochuelo que era el administrador de Tío Tigre, salió corriendo a buscar el dinero. Todos los presentes congratulaban a Tío Conejo por su gran gesto.

Cuando hubo recibido el dinero, anadió:
-Todavía me falta pedirle otro favor, mi jefe.
-Vamos a ver.

-Qué dentro de tres días, que es cuando estará la cosecha, vaya usted mismo en persona a recibir mi conuquito. Es será la satisfacción más grande de mi vida.

-Si asì lo haré. Cómo no. Espéreme allá. Tío Conejo, que allá iré.

Tío Conejo se apresuró a despedirse con nuevas muestras de gratitud y amistad.
Cuando se encontró en la calle, en lugar de mostrar preocupación por todo aquel embrollo en que se habìa envuelto, iba alegre y confiado. En lugar de tomar el camino para huir del pueblo con su zurrón cargado de plata, se dirigió tranquilamente a su rancho.

De paso tocó en la ventana de Tio Loro y le dijo a voces:
-No se olvide, Tío Loro. Dentro de tres días en el conuco. Váyase tempranito en la mañana.
Cuando llegó a su conuco tampoco hizo preparativos de fuga. Preparó su comida como siempre. Hizo un hueco al pie del cotoperiz y enterrò su dinero. Y por la tarde se entretuvo en desyerbar el conuco.

Así pasaron los dìas.Aqui sigue la historia El tercero, muy de mañana, se presentò Tio Loro. Su silueta verde se mecia al aproximarse.

-Buenos dìas, Tio Loro. Ya todo està listo para entregarle el conuco. Pero quiero pedirle un favor. Algunas gentes que no me gustan mucho me han dicho que van a venir hoy y para que no me cojan de sorpresa, ni lo vayan a encontrar a usted aquì, serìa muy bueno que usted se escondiera en una rama alta del cotoperiz y me diera aviso de cualquiera que venga por el camino.

No sin cierta oposiciòn, tìo Loro terminò por resignarse a complacer a Tio Conejo y se subiò al cotoperiz, donde su color pareciò disolverse entre el ramaje.

No tardò mucho en oìrse su voz:
-Ahì viene Tìa Gallina.
Tìa Gallina llegò muy sofocada y con mucho alboroto.
-Se me hizo muy tarde. Venìa volando. Ya creìa que no llegaba. Esta mesa es mìa. Y esta silla tambièn. Y esta piedra de moler.
Y asì iba y venìa enumerando todas las cosas que habìa en el rancho, hasta que sonò el grito del Tìo Loro:
-Ahì va llegando Tìo Zorro.
Tìa Gallina se demudò:
-¿Què es esto, Tio Conejo? Santo Dios, Sàlvame. Si el zorro me encuentra aquì me mata. ¿Dònde me meto? ¿Dònde me escondo?
-Mètase en la cesta que està en la cocina.

Apenas Tìa Gallina habìa desaparecido en la cesta cuando entrò Tìo Zorro. Traìa un aire displicente.
-He hecho un mal negocio, Tìo Conejo. Esto es un rastrojo. Si no me devuelves la mitad del precio te voy a demandar. Esto es una estafa. Pero Tìo Conejo, sin dejarlo proseguir, le haìa señas con la mano hacia la cocina. Y acercàndosele al oìdo, le dijo:

-Pase. Allì en la cesta està escondida Tìa Gallina. Aproveche.
Los ojos del zorro relampaguearon. De un salto alcanzò la cesta. Apenas se oyò el chillido de la gallina y luego un ruido de huesos rotos.

-Va llegando Tìo Perro -gritò la voz del loro.
El zorro sacò de la cesta la cabeza llena de plumas y de sangre.
-¡Tìo Perro! ¡Tìo Perro! ¿Dònde me meto yo, Tio Conejo, para que no me encuentre?
-Quèdese allì mismo calladito, que yo lo despacho ligero.
Tio Conejo recibiò a Tìo Perro con grandes saludos.
-Ya creìa que no iba a venir. Venga para que reciba lo suyo. Mire què buena compra ha hecho.

El zorro, encogido en la cesta, oìa las voces, pero no pudo oir cuando Tio Conejo le dijo al oido al visitante;
-Le tengo el conuco y algo mejor. Allì en esa cesta te tengo encerrado como un zoquete a su enemigo el Zorro.
-Còmo va a ser -dijo Tìo Perro irguiendo la cabeza-. Se acercò taimadamente y en lo que el zorro iba a percatarse lo cogiò por el cuello con los dientes y le dio unas tremendas sacudidas que casi le arrancaron la cabeza. El perro seguìa triturando la cabeza del zorro muerto, cuando volviò la voz del loro.

-Ahì està Tìo Tigre.
Tìo Perro soltò el cadàver y se fue a encarar a Tìo Conejo:
-¿Què es esto? ¿Què traiciòn es èsta?
Pero Tìo Conejo con mucha frialdad le dijo:
-Apùrese si quiere salvar el pellejo. Mètase debajo de la cocina.

Tìo Tigre entrò gruñendo:
-Eso ¿què es? -dijo señalando las plumas blancas esparcidas por el suelo.
Tìo Conejo dijo fingiendo estar compungido:
-Tìa Gallina, la pobre. La matò aquel.
Tìo tigre viò el cadàver del zorro.
-Y ¿eso què es?

Tìo Perro, que temblaba de miedo en su escondite, no se atreviò a esperar la respuesta de Tìo Conejo. Con toda la fuerza que pudo saliò disparado hacia afuera.
Pero Tìo Tigre pudo verlo a tiempo y de un salto lo alcanzò al pie del cotoperiz, y de un zarpazo lo derribò y de otro le abriò en canal la barriga.

Tìo Conejo se habìa asomado a la puerta del rancho. Cuando Tìo Tigre terminò de descuartizar al Tìo Perro y se quedò un momento como en reposo, Tìo Conejo empezò a hablarle con una impresionante serenidad:

-Esto ha salido mal, Tìo Tigre. Muy malo.
-Malo ¿porquè? -gruñò la fiera molesta.
-Por que todos van a decir que Tìo Tigre, el gran Tìo Tigre, matò en una trampa a Tìa Gallina, Tìo Zorro y Tìo Perro por un conuco de quince pesos. Por quince pesos.
Tìo Tigre se irguiò soberbio y amenazante.
-¿Y quièn es el atrevido que lo va a decir?
-Muchos lo diràn. Todos tus enemigos. Y perderàs tu prestigio de jefe, Tìo Tigre. Lo mejor es que te vayas calladito para tu casa y no digas nada de lo que aquì ha pasado, que yo tampoco lo dirè.

Pero Tìo Tigre se acercaba con una expresiòn feroz:
-Y si te mato a ti ahora, ¿quièn lo va a decir, Tìo Conejo?
Tìo conejo, por toda respuesta, levantò la pata y señalò hacia la copa del cotoperiz:
-Aquèl.
Tìo Tigre alzò la cabeza y viò al loro escondido en la rama. Sin poder contener la furia, se abalanzò rugiendo espantosamente hacia el àrbol. El Loro volò alborotado con sus gritos al aire.
El tigre le perseguìa desde tierra.
Tìo Conejo los sintiò alejarse y perderse. Todo iba quedando tranquilo. Con mucha paciencia se puso a cavar una fosa. Enterrò los animales. Limpiò y ordenò el rancho. Y por ùltimo, vino a sentarse perezosamente a la sombra del cotoperiz, se estirò, se encongiò y se quedò dormido como un bendito.
Pero desde entonces, hasta el fondo de la selva, el loro vuela asustado cuando siente el tigre, y el tigre aulla con impotente furia cuando divisa el loro.

Autor: Arturo Uslar.






La Princesa Sardinita.

      Era ser una vez un rey que tenia una hija muy bonita como era orgullosa y presumida, maltrataba y le gustaba hacer maldades a cuantos animalitos encontraba en. Sus padres la aconsejaban y le decía que todos aquello estaba mal hecho, pero ella no le hacia caso.

    Corta tarde la princesa pasaba por la orilla del mar al ver que el pececillo que andaba jugando por allí le mojo, sin querer, el vestido, se puso furiosa y comenzó a tirarle piedras. no contenta como esto, se metió dentro del agua para castigarlo ya lo tenia en sus manos, y al tratar de golpearlo, se apareció de pronto un genio del mar.

    Princesa malcriada y consentida eres muy mala con los animalitos de Dios, como todo el mundo. Además, eres muy vanidosa y mereces un buen castigo. Por lo tanto, voy a convertirte en la sardinita mas insignificante de este reino del océano.
    Ninguno de los otros peces le hacia caso. Todos se divertían, pero nadie la invitaba a jugar. A pesar de protestar por indiferencia con que la trataba nadie sentía compasión por ella. El mismo genio en persona la ponía a limpiar las ventanas y hasta el piso de su casota.
   La princesa estaba muy sola en el fondo del mar pero consideraba que merecía todo aquello por haber sido malcriada, desobediente, presumida y por maltratar a todos los animalitos sin piedad.


    Encontrándose una mañanita sentada a la puerta de su choza, muy triste y pensativa, vio algo raro que flotaba en la superficie del agua. Llevada por la curiosidad, se acerco a morderlo y quedo prendida por la boca. La persona que había tirado aquel anzuelo era un príncipe, quien, al sacar la sardinita a tierra, quedo admirado al ver que el pequeño: pez, como por obra de magia, se había convertido en una joven muy hermosa en seguida, no pude no pudieron resistir la pasión, el príncipe le rogo que fuera su esposa. Ella acepto. Pronto se casaron y fueron felices.

    La princesa sardinita había dejado de ser malcriada, desobediente y orgullosa, y trataba con buen modal a todo el mundo y nunca mas volvió a meterse con los animalitos del monte ni con los pececillos que jugaban en la playa del mar.





La Controversia del Tigre y El Caimán.

    Un día salió Tío Tigre a cazar. Estuvo durante algún tiempo caminando y caminando. Fatigado y sin esperanza alguna se acercó hasta la orilla de un río para descansar, pero al otro lado de éste vió que algo vivo se movía. Con la rapidez y habilidad que lo caracterizan, atravesó las aguas. Se acerca cautelosamente y, al pretender dar un zarpazo a lo que le había llamado la atención, se encontró con que era Tío Caiman. El reptil, al ser atacado y consciente de que su adversario se lo quería comer, le advirtió que en el monte había otros animales de carne menos dura que la suya, considerados como platos deliciosos y dignos del exigente paladar del majestuoso felino de los montes. El Tigre, creyendo que todo lo qu decía el rey de los pozos era cierto y considerándose un gran improvisador de versos, le propuso al Caimán una controversia: el que saliera vencido en tal muestra de inteligencia popular pagaría con su propio pellejo. Tío Caimán, herido en su amor propio e incapaz de resistir la petulancia del felino merodeador, aceptó el desafío.

El Tigre, convencido de que ganaría en el contrapunto, buscó en seguida una guitarra. Después de haberla afinado, la rasgueó con brío y luego, con voz ronca, improvisó:

Soy del agua y de la tierra
el jaguar más temeroso...
¡Voy hacerme un buen sancocho
con este caimán sabroso!

El adversario, observando la agilidad, las malas intenciones y el afán del Tigre en ganarle, y presintiendo una desgracia, con cierta malicia y mirando a todos lados, como buscando una sutil defensa, respondió: 

Soy del agua y de la tierra
el anfibio que más manda.
¡Vaya a buscar un sancocho
con otra carne más blanda!

Y diciendo esto, Tío Caimán se lanzó al agua y se perdió en la profundidad del río. No volvió a salir a tierra durante mucho tiempo, porque "soldado avisado no muere en guerra".

Autor del artículo Luis A. Domínguez, artículo tomado del libro Encuentro con nuestro Folklore.






El Indio Convertido en garza.

    Un indio se fue a quitarle la cría a una garza. Pero habiendo subido al árbol, su enemigo le quitó la escalera.

Y en eso llego la garza y encontro al indio. _<<¿A que has subido acá , cuñado ?>> _Y él le dijo: <> _y ella le replicó. <> 

Y estando allí, la garza le traía pescado para que comiera, igual que se los traía a sus hijos. Pero el indio se cansó de estar allí y le dijo a la garza:<> _<> 

Entonces, habiéndose puesto su vestido, se bajó volando a tierra; y luego se fue adonde su madre. _ <<¿Dónde te demoraste tanto?>>, le preguntó ella._ Y él respondió: <> 

Su madre le dio de beber. pero sus cuñados se empeñaron en registrarle su cáchara , cuñado>>, le dijeron ellos._<>, les dijo el pero sus cuñados no le hicieron caso.

Y he aquí que curucuteando su chácara, le encontrarón el anzuelo. _<>, le dijo uno de los indios. y se sentó mientras trataba de doblarlo con los dientes, pero les traspasó los labios. trató el otro cuñado de sacárselo; pero le traspasó la mano. 

Estando ellos así, les dijo él: <> y se fue riendose de ellos. y volviéndose a poner su vestido, se fue volando como una garza. ¡pekou,pekou,pekou!.

 Cuando se  llegó entre las garzas, ellas le preguntaron: <<¿ Qué les le pasó a tus cuñados?>> _ El indio les contestó: <> Y entonces las garzas se ríeron: ¡A,a,a!...

Por este motivo aquel indio nunca más volvió entre sus cuñados, siguió viviendo siempre entre las garzas como su compañero.

Autor: Cesáreo de Armellana. 




Preguntas:

1-¿De qué trataba la historia? 
2-¿La volverías a leer? ¿Por qué?
3-¿El indio siguió al lado de las garzas?
4-¿Qué aprendiste de la lectura?
5-¿Qué relación tiene el titulo con el cuento?
6-¿Qué te gustaría cambiar del cuento?



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